miércoles, 18 de septiembre de 2013

El jardín de las cosas perdidas

Erase una vez la joven más bonita que unos ojos jamás hayan visto. Le rodeaba unos preciosos cabellos color oro y unos ojos más suaves que la miel. Era una niña especial, tan especial como todas las demás. Pero ella se sentía incomprendida y sola. Su único consuelo a veces era su gato, que le acompañaba allí dónde iba.
 Se encontraba tan lejos del lugar en el que quería estar que ni los caprichos más costosos le hacían sentir bien. Ella estaba perdida en su propia casa, o mejor dicho palacio, donde la mayoría del tiempo sonreía sin ganas y lloraba por rutina. Pero había algo que le hacía desaparecer de aquel mundo: Su jardín. Siempre decía que cada planta que cultivaba era como un bebé recién nacido que había que cuidar; cuando le preguntaban por qué le gustaba tanto decía: “A mí me hubiera gustado que me cuidaran igual y creciera tan bien como esas plantas que cuido yo.”
Un día mientras observaba a las abejas revolotear por sus flores, se dio cuenta de que algo le faltaba. No sabía qué podría ser pero algo se le había perdido. Su gato la miró extrañado y cuando se acercó para acariciarle… el gato huyó de ella tras los árboles frondosos. No sabía que estaba pasando ya que su gato nunca le había huido.  Al contrario.
Miró a su alrededor, y estaba claro; algo había cambiado. Quizás no había cambiado su entorno, sino ella, pensó para sí misma. Todo lo que le rodeaba le hacía infeliz e insatisfecha, quizás por eso hasta su gato le huía. Y fue ahí cuando se preguntó: ¿Por qué?
¿Por qué ella? ¿Por qué no era feliz como los demás? ¿Quién era esa que se reflejaba en el espejo?
Así se mantuvo largo tiempo, preguntándose por qué y por qué no. El cuándo empezó y el cuándo acabará; o si tiene principio simplemente. Entonces sin darse cuenta, con un continuo y lento camino se le acercó y la envolvió la respuesta. Había perdido su vida.
Eso era lo que había perdido cuando se dio cuenta en el jardín. Su vida había sido una película en blanco y negro, con los mismos personajes y con los mismos gestos. El tiempo, las tardes, las historias y la única y corta vida, las había perdido. Encerrada y no incierto, en un palacio que solo era ella en sí misma. Sustituyendo su infeliz vida por el cuidado de otros seres, que no la pueden cuidar ni besar la mejilla antes de irse a dormir.
Escapar.
Huir.
Correr.
No mirar atrás.

Nunca más. Se prometió.

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