Erase una vez la joven más bonita que unos ojos
jamás hayan visto. Le rodeaba unos preciosos cabellos color oro y unos ojos más
suaves que la miel. Era una niña especial, tan especial como todas las demás.
Pero ella se sentía incomprendida y sola. Su único consuelo a veces era su
gato, que le acompañaba allí dónde iba.
Se
encontraba tan lejos del lugar en el que quería estar que ni los caprichos más
costosos le hacían sentir bien. Ella estaba perdida en su propia casa, o mejor
dicho palacio, donde la mayoría del tiempo sonreía sin ganas y lloraba por
rutina. Pero había algo que le hacía desaparecer de aquel mundo: Su jardín. Siempre
decía que cada planta que cultivaba era como un bebé recién nacido que había
que cuidar; cuando le preguntaban por qué le gustaba tanto decía: “A mí me
hubiera gustado que me cuidaran igual y creciera tan bien como esas plantas que
cuido yo.”
Un día mientras observaba a las abejas revolotear
por sus flores, se dio cuenta de que algo le faltaba. No sabía qué podría ser
pero algo se le había perdido. Su gato la miró extrañado y cuando se acercó
para acariciarle… el gato huyó de ella tras los árboles frondosos. No sabía que
estaba pasando ya que su gato nunca le había huido. Al contrario.
Miró a su alrededor, y estaba claro; algo había
cambiado. Quizás no había cambiado su entorno, sino ella, pensó para sí misma.
Todo lo que le rodeaba le hacía infeliz e insatisfecha, quizás por eso hasta su
gato le huía. Y fue ahí cuando se preguntó: ¿Por qué?
¿Por qué ella? ¿Por qué no era feliz como los demás? ¿Quién era esa que se
reflejaba en el espejo?
Así se mantuvo largo tiempo, preguntándose por
qué y por qué no. El cuándo empezó y el cuándo acabará; o si tiene principio
simplemente. Entonces sin darse cuenta, con un continuo y lento camino se le
acercó y la envolvió la respuesta. Había
perdido su vida.
Eso era lo que había perdido cuando se dio cuenta
en el jardín. Su vida había sido una película en blanco y negro, con los mismos
personajes y con los mismos gestos. El
tiempo, las tardes, las historias y la única y corta vida, las había perdido. Encerrada
y no incierto, en un palacio que solo era ella en sí misma. Sustituyendo su
infeliz vida por el cuidado de otros seres, que no la pueden cuidar ni besar la
mejilla antes de irse a dormir.
Escapar.
Huir.
Correr.
No mirar atrás.
Nunca más. Se prometió.
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