domingo, 9 de marzo de 2014

Torres de arena

Me quedé encerrada tras los muros de aquella gran mansión de arena, me sentí acorralada y con miedo,  pero a la vez aliviada porque oía el sonido del mar. El puente se veía tras las ventanas, era simple y preciso, como si alguien quisiera que se derrumbara. Todo a mi alrededor era de arena, tenía la sensación de que aquella casa se me podía caer encima en cualquier momento. Subí a la segunda planta, me asomé al gran balcón que tras él, sus vistas eran aún mejores. Allí estaba el resto, allí estaba mi destino inalcanzable que había abandonado. No recordaba por qué estaba allí, sólo quería saltar y huir dirección mar sin fecha de vuelta.
De repente, me encontré con mis ojos, al principio pensé que era un espejo gigante, pero no, era yo. Era mi verdadero yo, más pequeña; tal vez de ocho años, que construía su castillo para alguien que no conocía. Irónicamente, acabé siendo yo misma. Con los años, acabé encerrada en lo que un día creí que era el paraíso. Ahora no tenía vuelta atrás, no tenía forma de hablarle a esa niña que imaginaba historias mientras acababa por dar los últimos retoques. Fue entonces, cuando descubrí las torres, me costó subir a ellas varias horas y caídas; al fin llegué y pude divisar mi huida. No sé cuánto tiempo había pasado, que lo que antes parecía ser el mar a lo lejos ahora era un tsunami inminente a punto de llevarse el castillo, a mí misma y la ilusión de mí otra yo.
No me dio tiempo a reaccionar, la arena que ahora era mucho más pesada, se abalanzó sobre mí y me dejó en el suelo inconsciente. Solo escuchaba gritos, no sé si eran alucinaciones o era mi otro yo diciendo: “¡Mamá las olas se han llevado mi castillo!”
Desperté, recordé y volví a ese momento que había olvidado en la mente. Cómo lloraba y ahora recuerdo por qué. El mar me había llevado, tragado y olvidado y con ocho años ya lo sabía.

Ahora me dirijo a ti, Mar; mí horizonte, mi cobijo, mis lágrimas: Cuánto te echo de menos, y cuánto llegaste a influir en mí desde tan pequeña. Cuánto tiempo sin vernos amigo, cuantas olas he llegado a perderme ya. Para tu fortuna, la tabla de surf de la esquina de mi cuarto se ríe de mí todos los días, si supieras cuánto os he odiado con ésta ausencia. Pero ahora, a mi mala suerte, sólo tengo forma de volver a esos maravillosos días escribiéndolo, inventando historias e intentando pensar que algún día nos volveremos a reencontrar. Igual que antes, yo llegaba y me sentía como en casa, y tú no hablabas, sólo me arrastrabas hacia dentro. No me esperes, tú tampoco lo has hecho, fui yo quien dejó de interesarse por ti. Ahora no hay manera, ya no soy la niña que construía castillos en tu orilla, dile que lo siga haciendo de mi parte, aunque yo ya no la conozca. Dile que algún día espero volver a ser la misma. 

2 comentarios:

  1. Los castillos se desmoronan, las olas te ahogan. Y aunque no supieras nadar, hay un barco esperando el rescate. Y entre el agua, vuelve a ser tu misma.
    :)
    Besitos

    Miss Carrousel

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Bonita forma de volver a ser yo misma, ojalá se cumpliera.
      Un beso.

      Eliminar