Me quedé encerrada
tras los muros de aquella gran mansión de arena, me sentí acorralada y con
miedo, pero a la vez aliviada porque oía
el sonido del mar. El puente se veía tras las ventanas, era simple y preciso,
como si alguien quisiera que se derrumbara. Todo a mi alrededor era de arena,
tenía la sensación de que aquella casa se me podía caer encima en cualquier
momento. Subí a la segunda planta, me asomé al gran balcón que tras él, sus
vistas eran aún mejores. Allí estaba el resto, allí estaba mi destino
inalcanzable que había abandonado. No recordaba por qué estaba allí, sólo
quería saltar y huir dirección mar sin fecha de vuelta.
De repente, me
encontré con mis ojos, al principio pensé que era un espejo gigante, pero no,
era yo. Era mi verdadero yo, más pequeña; tal vez de ocho años, que construía
su castillo para alguien que no conocía. Irónicamente, acabé siendo yo misma.
Con los años, acabé encerrada en lo que un día creí que era el paraíso. Ahora
no tenía vuelta atrás, no tenía forma de hablarle a esa niña que imaginaba
historias mientras acababa por dar los últimos retoques. Fue entonces, cuando descubrí
las torres, me costó subir a ellas varias horas y caídas; al fin llegué y pude
divisar mi huida. No sé cuánto tiempo había pasado, que lo que antes parecía
ser el mar a lo lejos ahora era un tsunami inminente a punto de llevarse el
castillo, a mí misma y la ilusión de mí otra yo.
No me dio tiempo a
reaccionar, la arena que ahora era mucho más pesada, se abalanzó sobre mí y me
dejó en el suelo inconsciente. Solo escuchaba gritos, no sé si eran
alucinaciones o era mi otro yo diciendo: “¡Mamá las olas se han llevado mi
castillo!”
Desperté, recordé y
volví a ese momento que había olvidado en la mente. Cómo lloraba y ahora
recuerdo por qué. El mar me había llevado, tragado y olvidado y con ocho años
ya lo sabía.
Ahora me dirijo a ti, Mar; mí horizonte, mi cobijo, mis
lágrimas: Cuánto te echo de menos, y cuánto llegaste a influir en mí desde tan
pequeña. Cuánto tiempo sin vernos amigo, cuantas olas he llegado a perderme ya.
Para tu fortuna, la tabla de surf de la esquina de mi cuarto se ríe de mí todos
los días, si supieras cuánto os he odiado con ésta ausencia. Pero ahora, a mi mala
suerte, sólo tengo forma de volver a esos maravillosos días escribiéndolo,
inventando historias e intentando pensar que algún día nos volveremos a
reencontrar. Igual que antes, yo llegaba y me sentía como en casa, y tú no
hablabas, sólo me arrastrabas hacia dentro. No me esperes, tú tampoco lo has
hecho, fui yo quien dejó de interesarse por ti. Ahora no hay manera, ya no soy
la niña que construía castillos en tu orilla, dile que lo siga haciendo de mi
parte, aunque yo ya no la conozca. Dile que algún día espero volver a ser la
misma.
Los castillos se desmoronan, las olas te ahogan. Y aunque no supieras nadar, hay un barco esperando el rescate. Y entre el agua, vuelve a ser tu misma.
ResponderEliminar:)
Besitos
Miss Carrousel
Bonita forma de volver a ser yo misma, ojalá se cumpliera.
EliminarUn beso.