La triste historia que nadie
supo. Porque son de esas historias que la gente no debe escuchar,
para que su alma no se asuste y se vaya corriendo. Porque está
recomendado que historias así solo la sepan los que su alma se mudó
hace años.
La casa de invierno, que
en realidad siempre era de invierno en cualquier estación, ese día
brillaba más de lo normal. Quizás por sus tejas que lloraban estalactitas en cada una de sus puntas o, quizás por la pequeña
entrada que siempre estaba llena de pisadas enmarcadas en la nieve, y
de una forma u otra, formaban un bonito dibujo. Nadie sabía qué
tenía esa casa abandonada en aquel manto blanco. El paisaje
acompañaba; el bosque que daba al otro lado de la carretera incitaba
a perderse entre sus árboles (sin importar si salías vivo o no de
él)
El café de las doce, el
de todos los días emanaba vapor caliente, el que no sólo salvaba
barrigas o mentes con hambre de cafeína, sino ese café que te salva
de lo material que es la vida. Su jersey color beige le cubría las
manos. Estaba siendo una mañana especialmente fría (Más fría de
lo que ella era) Echó una ojeada a sus libretas llenas de textos
tachados y dibujos de personas sin cara. Jimmy
está tardando demasiado en volver; leyó en una
esquina del cuaderno. Puso música de ambiente en el tocadiscos viejo
que le regaló su padre de joven. Estaba realmente asqueada de todo,
hasta de la música. Se acercó a la ventana, todo seguía en su
caótico orden: El buzón lleno de cartas sin leer y sus -Mañana las
leo-, los arbolillos muertos debido al frío del invierno, los
malditos momentos que seguía viendo en el asiento de Jimmy.
Volvió junto a la
chimenea; la odiaba. Odiaba todo aquello que fuese cálido, pero era
humana y prefería morir en otras circunstancias. Y odiaba lo cálido
porque le recordaba a él; maldita la calidez de sus ojos que
llegaron a convertirse en su refugio. En una repentina ira y amor a
la vez, echó al fuego los últimos recuerdos que quedaban de él; la
postal. Con su respectivo mensaje erróneo -Volveré pronto- que se
clavaba en cada una de sus costillas.
Se sentía tan tonta y a
la vez tan vulnerable. Nadie sabía la soledad que albergaba aquella
casa -y ella- que a la vista parecía completa. También echó en la
chimenea sus notas, las fotos y por si ella fuera también se hubiera
echado a si misma.
Nadie supo que aquel día
en el que la casa de invierno brillaba más, la persona que lo
habitaba se oscurecía para siempre. Las ventanas se cerraron, el
hueco de la chimenea se tapó, la verja dejó de sonar abrirse y
cerrarse, el fuego se consumió. Al igual que ella, que había sido
una vela en medio de la nieve apunto de apagarse. Aguantó demasiado
tiempo. Jimmy nunca volvería a por ella y a por los niños que
dijeron tener. Todo era tan inoportuno y tan poco adecuado en aquel
paisaje perfecto que nadie jamás hubiese adivinado una historia tan
triste.
Encanta
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