domingo, 8 de junio de 2014

La casa de invierno


La triste historia que nadie supo. Porque son de esas historias que la gente no debe escuchar, para que su alma no se asuste y se vaya corriendo. Porque está recomendado que historias así solo la sepan los que su alma se mudó hace años.

La casa de invierno, que en realidad siempre era de invierno en cualquier estación, ese día brillaba más de lo normal. Quizás por sus tejas que lloraban estalactitas en cada una de sus puntas o, quizás por la pequeña entrada que siempre estaba llena de pisadas enmarcadas en la nieve, y de una forma u otra, formaban un bonito dibujo. Nadie sabía qué tenía esa casa abandonada en aquel manto blanco. El paisaje acompañaba; el bosque que daba al otro lado de la carretera incitaba a perderse entre sus árboles (sin importar si salías vivo o no de él)
El café de las doce, el de todos los días emanaba vapor caliente, el que no sólo salvaba barrigas o mentes con hambre de cafeína, sino ese café que te salva de lo material que es la vida. Su jersey color beige le cubría las manos. Estaba siendo una mañana especialmente fría (Más fría de lo que ella era) Echó una ojeada a sus libretas llenas de textos tachados y dibujos de personas sin cara. Jimmy está tardando demasiado en volver; leyó en una esquina del cuaderno. Puso música de ambiente en el tocadiscos viejo que le regaló su padre de joven. Estaba realmente asqueada de todo, hasta de la música. Se acercó a la ventana, todo seguía en su caótico orden: El buzón lleno de cartas sin leer y sus -Mañana las leo-, los arbolillos muertos debido al frío del invierno, los malditos momentos que seguía viendo en el asiento de Jimmy.
Volvió junto a la chimenea; la odiaba. Odiaba todo aquello que fuese cálido, pero era humana y prefería morir en otras circunstancias. Y odiaba lo cálido porque le recordaba a él; maldita la calidez de sus ojos que llegaron a convertirse en su refugio. En una repentina ira y amor a la vez, echó al fuego los últimos recuerdos que quedaban de él; la postal. Con su respectivo mensaje erróneo -Volveré pronto- que se clavaba en cada una de sus costillas.
Se sentía tan tonta y a la vez tan vulnerable. Nadie sabía la soledad que albergaba aquella casa -y ella- que a la vista parecía completa. También echó en la chimenea sus notas, las fotos y por si ella fuera también se hubiera echado a si misma.
Nadie supo que aquel día en el que la casa de invierno brillaba más, la persona que lo habitaba se oscurecía para siempre. Las ventanas se cerraron, el hueco de la chimenea se tapó, la verja dejó de sonar abrirse y cerrarse, el fuego se consumió. Al igual que ella, que había sido una vela en medio de la nieve apunto de apagarse. Aguantó demasiado tiempo. Jimmy nunca volvería a por ella y a por los niños que dijeron tener. Todo era tan inoportuno y tan poco adecuado en aquel paisaje perfecto que nadie jamás hubiese adivinado una historia tan triste.




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