Y en sus tacones favoritos, corría en dirección
desconocida. Sólo estaba huyendo. Las minúsculas gotas recorrían su mejilla,
esta vez no eran lágrimas, era la incesante lluvia de la cual huían como si
ácida fuese. La calle amueblada de piedras hacía más difícil llegar a su
destino; sólo en altos susurros, le decía que siguiera corriendo. Ella,
recorriéndose en su propio suspense, preguntándose donde quería ir en aquellas
circunstancias. No sin darse cuenta de que estaba corriendo sola, él ya estaba
quieto en medio de aquella calle desierta, esperando a que se diera la vuelta. En
una mirada cómplice, no hicieron falta más palabras para aquello. El pelo
mojado le ocultaba esos ojos que a él tanto le gustaban, sin embargo, la lluvia
había hecho un buen trabajo con sus ropas. Sin que se dieran cuenta, estaban
cuerpo a cuerpo siendo uno, siendo agua, en medio de la nada sin que nadie
supiera de lo que iba a formar parte aquello…un recuerdo. Entre susurros ella
le preguntaba un por qué y él sólo se limitaba a sonreír, como siempre hacía.
Entre las lágrimas del cielo que les sostenía, unos besos comenzaban y
terminaban tan rápido como una estrella fugaz. A aquellos dos jóvenes les
sostenía un paraguas en llamas, porque ni la lluvia fría de invierno, podría
derretir el amor que se desprendía allí.
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